viernes, 16 de mayo de 2008

MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN, LA SOCIEDAD Y LA EDUCACIÓN





¿Son los medios de comunicación un producto en la sociedad, o la sociedad un producto de los medios?

Por estos días es complicado hablar de cultura, pues la de las tradiciones y la que nos enseñaron en nuestras escuelas y hogares, ha sido fuertemente influida y además manipulada por los medios de comunicación. Aquello que no esté aprovado por el éxito, que no entre en la lógica del mercado (producción y consumo), que no esté acreditado por la dimensión del espectáculo, ve reducido su espacio en la información… desaparece.


Por lo alarmante la situación podría parecer irremediable. Sin embargo, sería otra historia, si se interpone a esta situación un verdadero proyecto educativo, inconcebible en la industria de la información pero asumible por un profundo proyecto educativo de Estado. Y ello sólo sería posible en el momento en que se separaran lo privado de lo público. Mejor dicho: los intereses y la usura de la industria de la información, de los intereses de lo público. Esto no significa que la escuela tenga que aislarse de los medios para conservar las tradiciones culturales, pero si, se podría crear conciencia mediante la comunidad educativa de la importancia de recibir la información con crítica.



Sin embargo para valorar los efectos de los medios masivos sobre la cultura contemporánea, basta solo con ser realista. Nos guste o no los medios inciden más que nunca en la educación de las nuevas generaciones, moldean gustos y tendencias en públicos de todas las edades, construyen la agenda de los temas sobre los que discutimos a diario, y hasta han cambiado las formas de gobernar y hacer política. Lo que antes pudo ser una verdad parcial hoy tiene el tono de una verdad lisa y llana: los medios masivos de comunicación se han vuelto más gravitantes en nuestra formación cultural, en la manera de relacionarnos con el mundo y con nuestros semejantes, en los trajines cotidianos del trabajo y la creación, y hasta en la intimidad de la vida hogareña.



Hoy nos resulta inconcebible un mundo sin televisión, Internet, TV cable, radio, prensa, celular y cine, mientras que un siglo atrás, con excepción de personas devotas de periódicos y libros, nuestros ancestros podían vivir con mayor prescindencia de los medios masivos. La prensa, en verdad, gozaba de un público creciente, pero era concebible que las grandes mayorías vivieran al margen de su influencia. La comunicación masiva pesaba menos en tanto reinaba la comunicación interpersonal con sus fortalezas en las tertulias familiares, el mercado del barrio, los juegos de salón, los clubes sociales y los comités políticos, centros de una relación humana, íntima, entrañable, como parte de un pasado casi totalmente perdido.



Pero no se trata de cuestionar sobre si aquel estilo de vida era mejor o peor pues lo que importa, es poner de evidencia cuanto mayor es hoy el peso de los medios masivos, procurar una evaluación de esa influencia y preguntarnos si esta, beneficia o perjudica a la cultura. Aún si se acepta que que esa inundación comunicacional enriquece la cultura de los receptores, surgen reproches de variada índole. Entre ellos, es el que apunta a la concentración de los medios de comunicación en poderes que operan a escala universal trasmitiendo valores homogéneos y pautas de conducta que traspasan fronteras, alimentan un público en todo el mundo y, según se advierte, amenazan con borrar las identidades culturales a través de mensajes en general mediocres.



Las nuevas generaciones siguen siendo el flanco débil y por tanto el objeto de las mayores preocupaciones. La seducción de los medios electrónicos, con su facilidad de adopción, la magia de la pequeña pantalla de la computadora o del televisor, generan un distanciamiento de otras experiencias comunicacionales que exigen diversas formas de atención y una capacidad de reflexión que puede relegarse en aras de la inmediatez que ofrecen los nuevos medios.



Es indudable que la educación formal tiene en esos medios a un poderoso auxiliar. Pero junto con esas posibilidades, los nuevos instrumentos apartan a los jóvenes de otros procedimientos formativos, la serenidad de la lectura por ejemplo, al tiempo que produce una riesgosa simplificación del lenguaje, produce una tendencia a confundir información con conocimiento. Otra de las inquietudes, una de las más clásicas sin duda, es la que acusa a los medios, en particular a la televisión y los juegos electrónicos por su constante exhibición de conductas agresivas, una exhibición que más allá de la interminable polémica sobre su incidencia en los públicos juveniles, es por lo menos un factor a considerar cuando se analiza el fenómeno de la violencia en las sociedades contemporáneas.



De todas maneras cabe aceptar que la cultura sólo tendrá una especificidad formativa y a la vez imaginativa, cuando sea "mediatizada", no por el mercado y lo manipulador del espectáculo, sino por el desinterés material de quien la proyecta hacia lo público y la devuelve a la sociedad en su grandeza creativa.

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